Cuando una figura política se apropia de un discurso, en este caso el de la paz, anuda objetivos inmediatos con significantes históricos, enraizados en la identidad nacional. Convocar a la paz, en la Costa Rica de 1985 a 1990, no fue un acto fortuito, arbitrario o rebuscado. La guerra en Centroamérica era una realidad que había superado el estadio de la amenaza. Las condiciones estaban dadas y la lucha por la paz reclamaba a un luchador.
Caben entonces las preguntas: ¿se respondió exclusivamente, con un discurso pacificador, a este llamado histórico? ¿Pudo haberse entremezclado otro objetivo antes, durante o después? ¿Pudo ser una estrategia que hizo las veces de ariete para abrir campo a la implantación de otros objetivos o políticas? ¿Una especie de casco rompehielos, que abrió el camino para el paso de un cargamento especial? Por cierto, embalaje que era del interés de sectores hegemónicos, necesitados de constituirse en “Otros positivos” para imponer su retórica a la mayoría. Puede que las respuestas a estas interrogantes no se alcancen con un simple sí o un no.
La razón de ser de este escrito ha sido identificar un correlato entre las estrategias discursivas en torno a la paz y el impulso de un nuevo modelo económico para el país, caracterizado por la adopción de políticas neoliberales. A lo largo del texto se mostrarán los elementos de un discurso “pacificador”, asociados al poder político hegemónico que en aquel momento procuraba la implementación del modelo económico neoliberal en la sociedad costarricense, preguntándose ¿Qué papel pudo haber jugado el discurso pacifista para la consecución del objetivo de transitar de un modelo económico reformista, cepalino, propio de un Estado intervencionista y gestor, a uno de orientación neoliberal?











